Hablamos de césped
- Rubén Gargoi
- 15 feb 2017
- 2 Min. de lectura

Artículo de opinión:
El pasado domingo 12 de febrero se disputó la jornada 19 de la Liga Iberdrola en la que el Athletic Club se enfrentó a la UD Tacuense. El equipo bilbaíno se desplazó hasta la isla de Tenerife para disputar el encuentro en un campo cuanto menos complicado.
El equipo isleño ha aprovechado durante la presente temporada en cierta medida las peculiaridades de su terreno de juego y ha conseguido sacar adelante 5 puntos en 5 empates. Las tinerfeñas han perdido 4 encuentros en casa y 8 fuera de ella, lo que demuestra que saben cómo jugar en un campo de esas características y consiguen obtener rédito de ello.
Se trata de un terreno de juego de hierba artificial desgastada y de dimensiones reducidas que aviva el juego y convierte el fútbol más combinativo en una quimera. El juego se vuelve rápido y descontrolado por culpa de los botes del balón. A las rojiblancas les costó adaptarse al césped pelado de las instalaciones de Pablos Abril y las ocasiones aparecieron en las dos porterías.
Es lícito e incluso admirable que un equipo conozca su terreno de juego y consiga sacar partido de ello. Sin embargo, para la liga no es lo mejor. Un césped de hierba artificial pelado no es la superficie adecuada para un campo de primera división de la Liga Iberdrola. Y sin duda, no es el único. Los terrenos de juego han de adecuarse, evolucionar y profesionalizarse para que el fútbol femenino siga creciendo y llegando a más público. Unas instalaciones óptimas son el reflejo de una competición saludable y que continúa aumentando su importancia en la sociedad. Las jugadoras de todos y cada uno de los equipos de primera división se merecen el mejor trato posible y las mejores posibilidades, y aunque resulte complicado, los clubes han de hacer el esfuerzo de mejorar sus instalaciones.
No hablamos de sueldos estratosféricos ni de grandes estadios de hierba natural. Hablamos de un campo que no esté pelado y desgastado que dificulte el juego.
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